EL ABUSOS SEXUAL A MENORES EN EL ÁMBITO
DOMÉSTICO
El abuso sexual de
menores en el ámbito familiar es una realidad compleja en la que los factores
que pueden configurar un contexto favorable a los mismos son variados y
diversos. En principio, el factor crítico no es tanto la consanguinidad entre
los participantes, sino el papel parental que desempeña el adulto respecto del
menor. Los casos más frecuentes (70-80%) entre los denunciados son los de
padrastro-hija y padre-hija. La edad media del menor está entre los
6-8 años y los 12, y la relación se remonta a un tiempo bastante anterior
a su descubrimiento con una duración de unos dos años. Si la familia cuenta con
más de un hijo, es normal que los abusos afecten también a más de uno de ellos.
A menudo (cerca del 50% de los casos), además del abuso sexual hay también
abuso físico (maltrato) y negligencia respecto del menor. En muchos casos, pero
no siempre, se encuentran historias de incesto en la anamnesis de uno o ambos padres,
que han crecido en ambientes degradados o faltos de afecto. En muchas
situaciones se ha verificado la presencia de un padre alcohólico o de una
patología psiquiátrica en uno o ambos padres.
La casuística clínica
demuestra que un menor de edad víctima de sevicias sexuales en la familia puede
perder sus puntos de referencia afectivos y sufrir una alteración del
equilibrio psíquico presente y futuro: pérdida de autoestima, incapacidad de
establecer relaciones afectivas armoniosas, dificultades para acceder a una
vida sexual y paternal satisfactoria. También existe el riesgo de dejarse
implicar en la prostitución.
El silencio que recubre
la práctica de abusos sexuales dentro de las familias dificulta su conocimiento
en un plazo corto de tiempo y, de hecho, los informes de las víctimas suelen
ser retrospectivos, frecuentemente obtenidos en el proceso terapéutico. El
silencio al respecto por parte del menor obedece a diversos motivos: miedo a no
ser creído (de hecho, son frecuentes los casos de incredulidad explícita por
parte de familiares no implicados ante las denuncias de los menores); chantajes
por parte del adulto; vergüenza por la posible publicidad del asunto;
sentimientos de culpa (además, existe la posibilidad de que se detenga al
familiar); temor a la pérdida de referentes afectivos; y, sobre todo, la
manipulación sobre el sistema perceptivo del menor que realiza el adulto, en
forma de una confusión generada al difuminar la identidad exacta del acto que
ha constituido el abuso. En este sentido, el menor es inducido a dudar de sus
propias percepciones, a negar su autenticidad y, al final, ya no sabe qué
experimenta de verdad, cuáles son sus sensaciones reales, qué está bien y qué
está mal. Entonces se persuade de que la realidad más correcta es la del adulto
que la interpreta para él, no la suya. Esta pérdida del ego, debida a la
negación del propio sentimiento, a veces puede generar trastornos psíquicos de
menor a mayor gravedad, como el desdoblamiento, es decir, la separación de los
propios estados psíquicos auténticos o su negación.
Por lo demás, la
práctica de este tipo de incesto no es exclusiva de familias desestructuradas,
sino que se puede encontrar también en ámbitos más estables; en este sentido,
el descubrimiento de los casos acaecidos en estos últimos resulta mucho más
dificultoso, pues los primeros suelen aflorar en los hospitales.
La característica
esencial de las familias donde se dan abusos sexuales a los menores es que
presentan algún tipo de disfuncionalidad que comporta, normalmente, su
tendencia a encerrarse en sí mismas y a aislarse socialmente. Se trata, además,
de grupos donde el miedo a la ruptura familiar es perceptible (motivado, en
ocasiones, por las dificultades económicas que podría acarrear);
consecuentemente, el incesto puede llegar a cumplir la función secundaria de
mantener unida a la familia: la casuística muestra que, en casi la mitad de los
casos, al constatarse el incesto padre-hija (o padrastro-hija), la armonía de
la pareja estaba comprometida y las relaciones conyugales estaban suspendidas
desde hacía tiempo. El incesto se convierte así en un poderoso regulador de los
problemas de la pareja.
El abusador, en estos
casos, suele ocupar una posición dominante en el seno de la familia y actúa
impidiendo las relaciones de sus miembros con el exterior. En cuanto a la hija,
de ser ella la víctima, suele ser la mayor y haber intercambiado su papel
familiar con el de la madre, de la que se halla distanciada emocionalmente (es
frecuente la presencia en estas familias de madres perturbadas psíquicamente o
alcoholizadas).
Se han identificado
dos grandes tipos de familias proclives a la práctica de abusos sexuales
sobre sus menores, caracterizadas ambas por la presencia de parejas de
progenitores en las que uno de los miembros es el dominante y autoritario y el
otro el subordinado y pasivo. Los hijos suelen estar implicados,
consecuentemente, en la relación de pareja con funciones sustitutivas:
·
por un lado, familias donde el perfil
patriarcal de su funcionamiento es extremo. El padre es una figura dominante y
su comportamiento es autoritario e, incluso, violento. La madre, por el
contrario, es pasiva o sumisa, y suele presentar enfermedades físicas o
psicológicas que la sitúan en una posición marginal dentro del grupo. En este
tipo de familias, una hija reemplaza a la madre, asumiendo también el papel
sexual correspondiente.
·
por otro lado, habría familias donde los
papeles están invertidos respecto de la anterior; la madre es la figura
dominante, aunque se halla frecuentemente alejada del hogar por motivos de
trabajo, y el padre adopta una posición subordinada y dependiente respecto de
ella, con lo que se alinea psicológicamente con los hijos. En este tipo de
familias, el padre busca el consuelo afectivo en una hija, lo que deriva
frecuentemente en el incesto.
Conclusiones (valoración del abuso/no abuso).
·
El problema
fundamental en la valoración del abuso o no abuso sexual es la competencia del
menor para distinguir fantasía y realidad y valorar lo ajustado del tipo de
lenguaje empleado para describir lo ocurrido. Es imprescindible valorar la
memoria de la víctima y el recuerdo de detalles importantes de lo que ha
observado o experimentado para que haga creíble lo que cuenta. En las víctimas
infantiles, lógicamente, algunas carencias en este sentido no les convierten en
relatores incompetentes para valorar la situación. En los procesos de memoria
se tienen en cuenta los factores de adquisición, retención y recuerdo. Por otro
lado, en las conclusiones se hará constar el grado de sugestionabilidad que
tiene la víctima y su capacidad para resistirse o no a ésta.
·
La Fiabilidad
o credibilidad se ha de basar en la percepción del hecho a la que se atribuye
una intencionalidad donde los afectos, cogniciones y conductas son
comprensibles y derivables de la narración del mismo. La Validez o exactitud
del testimonio se ha de hacer teniendo en cuenta dos factores: elaboración
psicológica del abuso sexual y la valoración del contexto familiar. Al final se
ha de concluir si el suceso de los abusos sexuales que se relata es creíble,
indeterminado o increíble.
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