Perspectiva del agresor
La agresión se explica desde la disposición de
personalidades psicopatológicas, a menudo con rasgos paranoides, inmersas en
estructuras de poder y dominación patriarcal, cuya práctica violenta complejiza
las relaciones al interior de familias, que culturalmente reproducen un modelo
excluyente de masculinidad, "esa misma cultura les exige a los agresores
en su mayoría hombres, no sólo cumplir con determinados roles en cada uno de
los ámbitos sociales, sino que les fomenta unos comportamientos y les reprime
otros como estrategia efectiva para sostener, tanto social como
individualmente, la importancia de ser varón.
Otro factor que impacta las dinámicas de
los agresores, tiene que ver con una especie de sistema defensivo interno que
se dispara de acuerdo a dos puntos básicos:
- la legitimación a través del "derecho maniqueista"
de la condición de abuso del otro, el cual es justificado por el agresor,
a través del recurso del legado generacional y,
- por motivos de compensación de intensas heridas del
pasado, que se anudan al precario manejo de la
culpa después del acto de violencia; en este sentido el cuidador primario
es casi siempre el generador teleológico de la agresión, pues se escuda en
relaciones de poder cuyas premisas defensivas, le imposibilitan reconocer
el origen particular del maltrato del que fue víctima en alguna época de
su desarrollo.
La personalidad del agresor es voluble y
está determinada por una dicotomía afectiva (amor y odio) que se carga de
contenidos ansiosos y de frustraciones, por ello la poca tolerancia al
reconocimiento de las causas de esos sentimientos, permite que esos contenidos
logren descargarse de forma inmediata en el otro, que actúa en representación
de sí mismo a modo de "doble", lo que denota un salto instantáneo,
desde la agresividad natural del impulso, hasta a la instrumentalización de la
violencia.
A causa de lo anterior, la mente del
agresor se escuda tras una coraza perversa en la que se convierte en la ley
misma, que compensa sus propias faltas en el espacio corporal y dialéctico, de
un otro que no es reconocido como legítimo, otro en la relación, porque el
agresor sólo registra como efectivo su propio valor; por eso la noción de
respeto parte de las relaciones al interior de las familias, y debe
fortalecerse en la convivencia, primero reconociendo el respeto por sí mismo para
reconocer el respeto del otro, pero "para que eso pase el niño pequeño
debe crecer de tal manera que adquiera conciencia de sí y conciencia del otro
en la legitimidad de la relación social".
En la psique de esta persona flota una
ansiedad con tres connotaciones básicas: es de tipo paroxística, episódica y
acumulativa, como consecuencia el agresor en su embestida se ve expuesto a las
demandas de satisfacción inmediata de estos "tres amos";
·
por una parte Lo paroxístico guarda relación con la
falta de control y la extrema urgencia del sujeto de perpetrar una descarga
inmediata y descontrolada.
·
Lo
episódico se refiere a la reproducción de la violencia
en el escenario familiar, la continuidad y focalización de la agresividad en
personas y ambientes específicos.
·
Lo
acumulativo es la producción de violencia en estos lugares; de alguna
manera, la producción de violencia sería el punto extremo de la perversidad y
la crueldad, que actúa en un espacio y contexto en el que se dan los usos y
medios, para cultivar y recrear negativamente las diversas estrategias de
sometimiento.
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