TEORÍAS EN
PSICOLOGÍA SOCIAL Y TEORÍA DE LA PSICOLOGÍA
SOCIAL.
El carácter zonal de los
marcos teóricos parece que consolida el pluralismo, máxime si se advierte que
la historia de la psicología social enseña que tales marcos tienen una clara
resistencia al cambio y tienden a la autosuficiencia o el exclusivismo, es
decir se presentan a menudo como "psicologías sociales". ¿Significa
esto la imposibilidad de llegar, en psicología social, a una teoría global?
Kuhn (1962), pensando
especialmente en las ciencias naturales sobre todo en la física y la química
aunque también en la geología y la biología, sostuvo inicialmente que una
ciencia alcanza su madurez cuando consigue llegar a un paradigma único. Por
otra parte, aclaraba Kuhn que este paradigma triunfante nunca es definitivo.
Siempre genera realizaciones lo suficientemente incompletas e inacabadas como
para dejar muchos problemas pendientes de resolución. Es más, los
descubrimientos de auténtico interés histórico provocan un cambio paradigmático
o contribuyen a él. Estos descubrimientos nacen de una anomalía en la ciencia
normal, que es la ciencia que se limita a resolver los problemas seleccionados
por el paradigma vigente. Esta anomalía provoca una crisis que sitúa a la
comunidad científica en un estado de inseguridad e incertidumbre, reflejado en
una proliferación de versiones distintas del paradigma. El nuevo paradigma,
pasa, después, a guiar la investigación científica y hace que sus seguidores
trabajen en un mundo diferente al anterior y vean cosas nuevas distintas a las
anteriormente vistas al mirar en un sitio donde ya se habían mirado (Caparrós,
1978).
En las ciencias sociales -
sería mejor decir, humanas- Kuhn (1962)
entendió primeramente que, al no haberse alcanzado todavía un solo paradigma, su situación es preparadigmática.
Pero después (1970), reconoció que la
madurez científica de estas ciencias no estaba
supeditada al paradigma único. E igual opinaron aquellos que
aplicaban el concepto kuhniano a la
psicología, calificándola decididamente de ciencia multiparadigmática (Burgess,
1972; Masterman, 1980; etc.). La misma afirmación se ha hecho de la psicología
social por Schellenberg (1978), el cual añade que por ello hay que considerar
los diversos enfoques teóricos de la
misma como enfoques complementarios más que como rivales, de tal modo que el
psicólogo social sería aquél que combinara todas estas perspectivas
diferentes.
El reconocimiento del
carácter multiparadigmático de la ciencia psicosocial ha sido, ciertamente, un
paso importante. Más importante es
reconocer su dimensión metaparadigmática. En este sentido, al formular
el concepto de paradigma, Kuhn cercenó el campo visual teórico, porque, al
presentar el paradigma como eje explicativo, ocultaba el nivel
metaparadigmático. Por otra parte, Kuhn no
advirtió que su aceptación de una ciencia social multiparadigmàtica exigía, al menos para las ciencias humanas un
nivel de formalización superior al paradigma.
La existencia de este nivel
implica que el problema que plantea el pluralismo teórico se traslada a otro
plano. Si bien, de un lado, las cosas parecen más sencillas, puesto que el
pluralismo queda sustituido por un dualismo resultante de la integración de los
diversos marcos teóricos en dos metaparadigmas o, según como se consideren las
cosas, del despliegue de éstos en una pluralidad de marcos, de otro lado las
cuestiones adquieren mayor dificultad al quedar referidas a un plano
subyacente. Y dada la naturaleza fundamental del mismo es en este nivel, no
reconocido ni manifiesto, donde procede plantear y debatir problemas
fundamentales en los que late el dualismo metaparadigmàtico, tales como la grave escisión histórica de las
ciencias sociales (Comte-Marx), el debate entre la psicología social como
ciencia natural o como ciencia cultural, reabierto por el historicismo actual
(como Gergen), la vieja polémica entre la psicología social psicológica y la
psicología social sociológica, dicotomía que acompaña inseparablemente a la
concepción meramente interdisciplinaria de la psicología social, y en general
el crónico tópico de la crisis en
nuestra ciencia. La misma cuestión del pluralismo teórico sólo adquiere
un pleno sentido cuando se plantea en dicho nivel profundo.
Lo que acaba de afirmarse
también se puede predicar del pluralismo metodológico. En metodología no se
puede hablar en términos de verdad o falsedad, sino de adecuación o no al objeto
de la investigación o análisis. De ahí que al conferir cada sector teórico una
especificidad al objeto global de la psicología social, requiere una vía
adecuada de acceso y de tratamiento de los datos (del mismo modo que un médico
no tratará con igual enfoque una úlcera gástrica o un tumor cerebral, ni un
campesino utilizará los mismos utensilios en un viñedo que en un campo de
hortalizas). Por esto, se ha reconocido que cada corriente psicosocial posee su
propia tradición metodológica e influye,
en la selección de las técnicas de investigación (Deutsch y Krauss,
1965). Y con respecto a la psicología
social aplicada, se ha considerado
(Fisher, 1981) como una de las cinco características definitorias de la misma, el eclecticismo metodológico,
particularmente referido a la experimentación en el laboratorio, dado que no
hay método bueno ni malo sino más o
menos conveniente en relación con los problemas a estudiar. Junto al pluralismo en lo
metodológico está el hecho de que los problemas de fondo remiten a un plano más
fundamental, plano en el que estos problemas se plantean en sendas alternativas
(génesis-estructura, observación-experimentación, investigación
cuantitativa-investigación cualitativa, laboratorio-marco natural, etc.). Y si consideramos que el método y las
técnicas de conocimiento científico a
emplear están condicionados por los principios teóricos desde los que se opera,
como muestra el contenido de cada metaparadigma, es patente que el dualismo
metodológico y el dualismo teórico están estrechamente vinculados y que
ambos remiten a un nivel
metaparadigmático.
Volvamos al pluralismo
teórico. Reducido éste, por lo dicho, a un dualismo, cabe preguntarse si este
dualismo constituye el basamento de la psicología social. Una respuesta afirmativa
es pausible si pensamos que el dualismo - he ahí, la trascendencia del nivel
metaparadigmático - puede generar, a través de un movimiento dialéctico, el
cambio y el desarrollo científicos.
Como se ve, se confunden el
pluralismo y el dualismo con el conflicto y la ambigüedad. Aunque a menudo
aquellos engendran estos efectos, estos no les son inherentes. De todos modos y
quizás por dicha confusión, el monismo persiste como un ideal profundamente
anhelado por muchos. Unos se lamentan de que la psicología social esté lejos
todavía de la unificación teórica (Salazar, 1979). (Pero ¿es que hay alguna
disciplina científica, particularmente en las ciencias humanas, con ella?)
Otros declaran su intención de exponer la psicología social procurando
sintetizar las teorías en competencia, para lograr así una explicación más
omnicomprensiva del comportamiento (Albrecht, et al., 1980). En fin, para no
alargarnos, Lambert (1980), después de escribir que no parece que nadie vaya a
integrar por ahora las teorías psicosociales, añade sin justificarlo que dentro
de cien años (sic) habrá alguna teoría general de la conducta humana. Por
cierto que este último psicólogo social propone que, en el ínterin, la guerra
actual entre los teóricos cognitivos y los teóricos conductistas cese y cada
bando deje trabajar al otro en paz, máxime si se tiene en cuenta que una teoría
general de la conducta social debe, según él, basarse en el principio hedonista
de la expectativa del placer, lo cual incluye elementos conductistas y
cognitivos. Como es patente, Lambert se plantea no tanto la cuestión de una
teoría psicosocial como la de una teoría general de la conducta, cuestión más
allá de la psicología social y que sin embargo se limita a formular al nivel
paradigmático.
La tendencia al monismo
teórico, o al menos a reducir en lo posible el pluralismo, se revela por otra
parte en los constantes intentos de convergencia detectables en la situación
actual de la disciplina y fuera de ella. A mitades de los sesenta, Snow (1964)
advirtió un movimiento convergente, a cargo de las ciencias sociales, entre las
que pocos años antes había considerado dos culturas en divergencia. Y dentro de
la psicología social a los intentos de aproximación ya indicados habría que
añadir la proliferación de teorías intermedias de todo tipo, es decir,
afectando a todos los niveles de formalización.
Aunque, en general, los resultados son híbridos, esto no les resta valor convergente. Ahora bien, en cuanto a
las mencionadas dos culturas, Kimble (1984) se ha preguntado si asistimos a
un "armisticio epistémico"
entre ellas dentro del campo de la ciencia
psicológica. Los datos de la investigación cuantitativa que este
autor realiza con tal motivo, empleando
una interesante adaptación del diferencial semántico, muestran que permanece el
desacuerdo en lo más básico,
concretamente entre los valores más importantes (lo científico vs. lo humanístico), la fuente base del
conocimiento (objetivismo u observación
vs. intuicionismo) y el grado de
generalidad de las leyes
(nomotético vs. ideográfico). Por lo que se refiere a la psicología social, las convergencias
aludidas, aparte de que son siempre aisladas y parciales, a la postre son
generadoras paradójicamente de pluralismo: nuevas teorías intermedias que luego
pueden adquirir entidad propia, enriqueciendo así el panorama y mostrando una
vez más la complejidad de la realidad. Es lo mismo que ha ocurrido en el campo
de la física, en el que al descubrimiento de las partículas subatómicas y la
aceptación del dualismo partícula-antipartícula, a la vez que al par de fuerzas
clásicas - la electromagnética y la gravitatoria - se ha añadido otro par de
fuerzas constituido por la interacción fuerte y la interacción débil.
Pero también el monismo
levanta grandes recelos. Porque, en una
teoría suprema se ve una fácil caída en la especulación y el dogma. De todos
modos, hay que distinguir según se trate de una teoría que intente explicar y
predecir el comportamiento social en general o el comportamiento psicosocial en particular. Con
respecto a la primera, y dejando
constancia de ataques contra la irónicamente llamada Gran Teoría (Wright Mills,
1959) en alusión directa a Parsons), hay
que añadir a lo explicado que el miedo a una teoría especulativa y dogmática es el resultado de desconocer u
olvidar que hay varios niveles de formalización teórica. Lo rechazable es
reducir al monismo los niveles examinados, en los que la pluralidad o la
dualidad es consustancial. Y con
respecto a una teoría unificada del comportamiento psicosocial, el modelo
citado descarta en principio cualquier posibilidad de una teoría general desde
el nivel interpersonal de observación
del comportamiento puesto que ni metaparadigmáticamente la idea de una gran
teoría parece factible.
¿Es, entonces, la vieja
aspiración de un monismo teórico un desiderátum vano? En rigor, el modelo
poligonal no es antagónico con la formulación de una teoría general del
comportamiento psicosocial, porque el dualismo metaparadigmático sólo afecta al
nivel correspondiente de formalización. Y si se tiene en cuenta que los
metaparadigmas son opuestos pero no antagónicos, formalizando más la
teorización, esto es, saltando a otro nivel más englobante, aquel dualismo
podría no afectar a la teorización.
Pero ¿hay algo más allá de
los metaparadigmas psicosociales? La respuesta es: la propia psicología social
como ciencia. Y en este nivel, la teorización psicosocial tiene su alcance más
global posible, ya que coincide con el objeto disciplinar. Más claramente, lo
que se formaliza ahora es una concepción teórica y una toma de posición sobre
cierto plano estudiado del comportamiento humano, el plano de que se ocupa la
psicología social.
Ciertamente, también en este
nivel disciplinar cabe un pluralismo. Pero lo que está en cuestión no es tanto
los modos de tratar el plano interpersonal sino el plano mismo. De lo que se
trata es de aprehender en toda su peculiaridad, con los menos sesgos posibles,
el objeto psicosocial. Y esto sólo parece posible entendiendo la psicología
como un ámbito con entidad propia. Ahora
bien, aprehender este objeto es ya elaborar el constructo, teórico o
metateórico según se mire, que confiere esa entidad, o sea que dota de
sustantividad científica a la psicología social. Esta sustantividad es la que
impide la rotura del campo psicosocial, a pesar de la tendencia monopolizadora
de los marcos teóricos y de la constante tensión metaparadigmática. El monismo
está en la base y es la razón de ser del dualismo y el pluralismo teóricos.
Esta sustantividad es, también, la que puede conducir, no a las crisis que
constituyen la ciencia psicológico social, pero sí a la superación, por la vía
de la inteligibilidad y la coherencia, de una crisis.
Llegar hasta dicho
constructo es, pues, identificar conceptualmente la psicología social como ciencia
sustantiva. Esto requiere saltar de las teorías en la psicología social a la
teoría de la psicología social.
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